Dad vs Dad

Carlos lo tenía. La llave estaba firme, brutal, exacta. Su brazo rodeaba el cuello de Mario como una soga de acero, cerrándose más con cada segundo. Los músculos de ambos estaban tensos como cuerdas de arco, pero solo uno controlaba la situación.
—¡Ggrraaahhh! —gruñó Mario, intentando zafarse, los dientes apretados por el dolor y la desesperación. Sus brazos forcejeaban, intentaban separar el brazo de Carlos, pero no había espacio, no había aire.
—Shhh... —susurró Carlos con frialdad junto a su oído—. Cuanto más te resistís, más rápido vas a caer. Ya no tenés la fuerza de antes, Mario.
—¡Hijo... de... puta...! —escupió Mario entre jadeos, con la cara roja, sudada, al borde del colapso.
Carlos apretó aún más. Su rostro no mostraba furia, sino determinación pura, silenciosa, inquebrantable.
—Te pasaste años creyéndote superior. Humillándome, riéndote. ¿Te acordás de la vez que me hiciste rendirme frente a todos? —le murmuró con voz grave—. Yo sí.
Mario golpeó con el codo, intentó girar el cuerpo, pero Carlos ya había previsto todo. Lo tenía controlado. Dominado.
—¡Basta! —gimió Mario, ahora con la voz rota—. ¡Basta... Carlos...!
—No —respondió Carlos, firme como piedra—. No hasta que sientas lo que yo sentí. No hasta que entiendas que esto ya no es un empate... Esto es el final.
Mario soltó un quejido gutural, sus brazos empezaron a aflojarse. El aire se iba, la resistencia también. Y entonces, en un susurro, derrotado, roto, rendido:
—...me... rindo...
Carlos no aflojó enseguida. Aguardó un segundo más. Solo uno. Quería grabar ese instante para siempre. Y luego, lentamente, soltó la llave, dejando caer a Mario de rodillas, jadeante, vencido.

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Me too, gilles from Paris, 73a.

papá después de la derrota